miércoles, 25 de junio de 2008

Cusco de fiesta: Sobre nuestro danzar

Una de las cosas más sorprendentes de las celebraciones del Cusco es lo privilegiado que es el bailar como expresión de saludo y homenaje (el único caso peruano comparable que conozco, aunque con un sabor bastante diferente, es la fiesta de la Candelaria, la fiesta puneña por excelencia). Toda la semana anterior al 24 de junio, día central, el centro de la ciudad está inundado de desfiles de danzas ‘típicas’ algunos articulados en concursos. Allí pasan primero los jardines de educación inicial, el día siguiente el concurso de danzas a nivel primario, luego secundario. No se quedan atrás en la presentación de danzas las universidades, los institutos superiores, los mercados. Finalmente el 23, durante el interminable desfile cívico en el que participan todas las instituciones habidas y por haber, además de todos pasar con el poncho de rigor, muchísimas instituciones también incluyen una danza en su saludo a la ciudad.
Pero, respecto a esto, lo que a mi me gusta mas es ver desde inicios del mes de junio durante los anocheceres todas las plazas y parques de toda la ciudad llenos de grupos de chicos y chicas ensayando sus danzas. El espacio publico apropiado por los jóvenes donde construyen y fortalecen amistades y proyectos, donde se alegran, discuten y se agotan ensayando las danzas que presentaran en los desfiles de la Plaza de Armas. Parques y plazas bullen de vitalidad y música.

(Durante el resto del año, esta profusión de jóvenes ensayando esta en gran medida ausente. Sin embargo hay que resaltar espacios como la Plaza Túpac Amaru, donde las noches de los fines de semana ensayan varios grupos de sikuris. Lo bacan de los sikuris es que en la misma forma de ejecución de la música está inscrito un necesario carácter social y colectivo – para tocar la mas elemental melodía son necesarias dos personas. No es extraño que los grupos de sikuris sean pues grupos de pares que muestran un fuerte sentimiento de pertenencia.)

Esta pasión por la danza ha venido de la mano con el florecimiento de la manufactura de vestuario, mascaras y demás artículos asociados a estas, fenómeno que da para otro post.

Si bien esto del bailar tiene claramente un montón de lados positivos, también tiene sus lados oscuros: La gran mayoría de danzas que se realizan en estas fiestas son representaciones citadinas de algún aspecto de la vida de poblaciones rurales quechuahablantes. Estas representaciones son por lo general notablemente imaginarias: todas tienden a proyectar una imagen de un campesino absolutamente tradicional, llevando a cabo ritos exóticos o estilizaciones de actividades bucólicas, siempre asociadas al adjetivo ancestral y no pocas veces invocando a la supervivencia cultural incaica (el non plus ultra de esto es la danza Machu Tusuy o Soqa Machu donde los danzantes llevan en procesión una momia y cada uno de ellos lleva un cráneo en una mano y fémur en la ora! !!!De donde salio esto!!! ¿Como leer esto frente a la exhumacion de los masacrados en Putis, por ejemplo?). Las danzas son presentadas ante el publico como representaciones etnográficas que reflejan las ‘costumbres de nuestros pueblos’. Estas representaciones no tienen nada en absoluto que ver con como viven, como bailan, como se divierten las poblaciones rurales contemporáneas. Estas danzas, su profusión, su omnipresencia, contribuyen a reforzar en el imaginario urbano la existencia de cierto ‘indio autentico’ que vive totalmente al margen de ‘lo contemporáneo’ y que es valorado solamente como ‘supervivencia de un pasado glorioso’. Este ‘indio autentico’ vive siempre lejos, muy lejos, allá donde es muy difícil llegar…tan lejos que vive en otro tiempo, es ajeno a lo contemporáneo y es valorado en su carácter de sobrevivencia cultural.

Esto hace que los quechuahablantes de orígenes rurales que si se ven - o mejor dicho oyen - cotidianamente y que claramente difieren de esta idea arquetípica sean considerados ‘mestizos’, ‘acriollados’, ‘contaminados’, ‘malograditos’ por el supuestamente ‘reciente’ contacto que han tenido con la ‘cultura occidental’ (¿qué se será eso de la ‘cultura occidental? ¿qué será pues no?). De esta forma al hablante nativo del quechua que se encuentra en el combi o se cruza en la calle, a la persona que viste ojotas y usa chullo o pollera, se la desprecia pues esta lejos de encarnar al celebrado ‘autentico indio’ y se lo reduce al lado perverso de esta celebración: ignorante, sucio, , holgazán, mentiroso, incapaz de iniciativa política, etc.

Nuestra celebración al Cusco no se escapa de estar inscrita en la reproducción de las ideologías que legitiman las grandes desigualdades de nuestra sociedad. Es mas, ellas están en el mismo núcleo de su reproducción y son el mecanismo por excelencia donde el orgullo regional, la ideología cusqueñista, se conjuga con las ideologías que legitiman la discriminación racial-cultural en la región. Es justamente esta combinación la que hace que estas formas de discriminación sean tan efectivas y hegemónicas.

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