martes, 6 de enero de 2009

Entender la política indígena en sus propios términos

En el último número de Crónicas Urbanas salió un artículo de Marisol de la Cadena que comentaré brevemente aquí. Es un texto provocador y sumamente útil para quienes nos interesa entender mejor lo que viene pasando en la región. Ciertamente es algo denso teóricamente pero merece la pena darle una o varias leídas cuidadosas y darle vueltas a sus ideas.
Este texto presta atención a cómo es que la división entre naturaleza y cultura asociada la primera a la ciencia y la segunda a la política organizan hegemónicamente la exclusión de la política oficial (esto de partidos, congreso, elecciones, izquierdas y derechas, sindicatos, etc.) a aquellos discursos y practicas que no se ajusten a lo que se entiende por un discurso político moderno. Esto es, por ejemplo, que aquellas prácticas o discursos que asumen que los cerros son personas que actúan políticamente en el mundo, que dan agencia a lo que se llama “naturaleza”, no son aceptables en la esfera de la política formal. Esto es prácticamente inimaginable desde esta esfera. Estas prácticas son así contenidas superficialmente en “lo cultural” en la esfera de las “creencias”, o la “superstición”.
Esto ha hecho que en muchas formas la actividad política indígena, para ser aceptada como un adversario legitimo, haya adoptado formas aceptables acomodándose a la hegemonía de turno:
Para ser reconocidos como adversarios, lo políticos indígenas han forjado su legitimidad en la esfera convencional de la política, desplegando generalmente los vocabularios que esta pone a disposición. Así, ellos eran líderes campesino y organizaban sindicatos rurales o tomaron tierras de haciendas antes de 1969. Se convirtieron en intelectuales indígenas posteriormente, con grados académicos que les conferían esta legitimidad. En ambos casos, su insurgencia pública ha tenido como precondición su aquiescencia de la subordinación de los mundos i-letrados a la ciudad letrada, más precisamente, a la política letrada de izquierda (p. 107).

Esta imposición hegemónica tiene una larga historia y comenzó hace ya varios siglos:
Hobbes y Boyle fueron así “como un par de Padres Fundadores actuando en concierto para promover una y la misma innovación en la teoría política: la representación de los no humanos pertenece a la ciencia, pero a la ciencia no le esta permitido apelar a la política; la representación de los ciudadanos le pertenece a la política, pero a la política no le esta permitido tener ninguna relación con los no humanos producidos y movilizados por la ciencia y la tecnología” (Latuor 1994: 28) […] Una vez exportada la separación entre humanos y cosas para medir la distancia entre ellos y los mundos que ellos conquistaron, los europeos vilipendiaron las prácticas que los habitantes de estos mundos empleaban para representar lo no-humano. Finalmente, esto monopolizo la política para aquellos que representaban la Naturaleza a através de la ciencia y la negó para aquellos que querían representar a lo no-humano a través de otras prácticas (p. 102 ).

Sin embargo, y cada vez más claramente, hay una presencia de prácticas como los despachos (que indican e invocan la agencia política de los lugares poderosos) en contexto de movilización política en protesta contra el estado o contra las inversiones en industrias extractivas que este promueve agresivamente.
Hasta ahora “el conflicto” entre el capital de riesgo y las prácticas vernaculares ha surgido como un derecho al lugar. Ha hecho evidente que las “creencias locales” no están desapareciendo, que son co-temporáneas con la ingeniería minera, por ejemplo, y que habitando las sombras catalizan la política étnica. Que el conflicto es un conflicto de espacio es evidente y ahora que el tiempo no ofrece una solución en la medida en que es obvio que “nosotros” ya no podemos localizarlos a “ellos” en el pasado, la pluralización de la política podría estar mas cerca que nunca antes (p. 112).

Estas prácticas retan pues las concepciones hegemónicas en las que la naturaleza es considerada el reino donde la ciencia tiene la ultima palabra, y en ellas los cerros, planicies y demás lugares son consideradas como agentes políticos en todo el sentido de la palabra.
Si bien tengo algunas reservas con la evidencia que la autora utiliza para ejemplificar sus puntos (en particular con el enmarcar la protesta de fines del 2006 como una para evitar la explotación minera en el Ausangate, cuando esta fue – al menos para mi – muy claramente asociada al evitar la presencia minera en el Santuario del Sr de Quyllurit’i y la protesta organizada por su Hermandad) es un texto que contribuye a prestar atención a como es que clasificamos las practicas sociales rutinariamente, poniendo unas en el saco de lo “tradicional”, “cultural” o “folklórico” y así tácitamente restándoles sus roles “políticos”, “ideológicos” o inclusive “económicos”.
Las definiciones de seres sensibles como actores de las controversias son “creencias” respetadas solo cuando no son un obstáculo para la ciencia, la economía y todo aquello a lo que se refieren las ideas predeterminadas no negociables de eficiencia, crecimiento y bien común (p. 107).
Es tan fuerte el poder de la hegemonía que pueden realmente estar pasando muchas cosas bastante trascendentales en frente de nuestras narices y no darnos cuenta en absoluto de ello. Este texto creo que puede contribuir de distintas formas a sacudir un poco esos presupuestos tan metidos en el sentido común de muchos de nosotros.

Más que un resumen esta es simplemente una invitación a leer el texto completo que lo pueden encontrar en este pdf, páginas 98 – 117 (el pdf incluye más que este solo artículo).
Foto tomada de aquí.

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