Publicado en: Forma 8, 3 de julio de 2007
Nuevamente el Convento de Santo Domingo-Qorikancha nos brinda una excelente exposición temporal. Se trata esta vez de la instalación Vía Oficial. Coincidiendo con la escandalosa elección de los magistrados del Tribunal Constitucional nos encontramos con una propuesta que nos enrostra la precariedad de nuestras instituciones públicas, y la omnipresencia y cotidianeidad de la corrupción. Debemos a Rolf Bertschat esta notable oportunidad de reírnos de nuestras instituciones y de nuestros burócratas, frente a los cuales quién no ha sufrido injustamente trámites interminables e inconducentes, solicitudes de coimas y arreglos oscuros, autoridades pomposas, pretensiosas y prepotentes, o la veladas amenazas de sanción a aquellos que no se ajustan a los pareceres de los poderosos. Bertschat pone el dedo en llagas que por lo comunes que son nos inducen peligrosamente a aceptarlas como ‘normales’, y esto desde ya merece nuestro reconocimiento y gratitud.
Esta instalación además sugiere que estos problemas no son ajenos a nosotros. Esto particularmente en la oficina de coimas y en la de la autoridad. En ellas el visitante tiene la opción de ocupar el lugar del funcionario público corrupto, de sentarse real o imaginariamente en esos escritorios. Sentados en la oficina de coimas quizás podríamos imaginarnos luchando contra esta institución, podríamos ser ejemplares funcionarios que devuelven dineros mal habidos o por lo menos negándonos a aceptarlos. Sin embargo, este potencial se queda a medio camino en el pretensioso sillón de la autoridad. En el no tenemos otra opción que hacer nuestros los diplomas de corrupción que adornan sus paredes.
Un aspecto silencioso de la exposición es que al visitarla se nos invita, y nosotros aceptamos gustosos, a ocupar el papel de víctimas de estas taras. Allí frente a estas oficinas somos impotentes y pasivos de prácticas que encontramos ajenas a nosotros. De esta forma la crítica que formula Bertschat de algún modo nos propone que la corrupción en nuestras instituciones públicas es un problema en el cual nosotros como ciudadanos tenemos exclusivamente el papel de víctimas. Esto es peligroso, pues nos seduce con la ficción de que no somos responsables de los males de nuestra sociedad. El visitante termina sintiéndose libre de pecado, excepto quizás de aquellos que secretamente guarda.
Nuestras instituciones públicas, y nuestra sociedad en general, están innegablemente plagadas de corruptos. Para que esto suceda sin embargo es necesario también que existan corruptores. De este modo, todos los ciudadanos que no tomamos una actitud decidida y cotidiana de lucha contra la corrupción somos cómplices de ésta. Haciéndonos de la vista gorda, siendo indiferentes, no reclamando, también somos responsables. Decir que todos somos responsables no quiere decir que todos lo seamos en la misma medida. Una cosa es ser indiferente ante un abuso, otra coimear con cinco soles para ‘su gaseosa pe jefe’ y aun otra es recibir abultados fajos de dólares en la oficina de Montesinos para desinformar a la ciudadanía a través de un canal de televisión. Estas acciones son distintas y tienen distintos grados de responsabilidad, pero no hay duda que las tres son condenables.
Esta victimización del visitante está atenuada por la frase que se encuentra inscrita en el texto de la instalación, que también forma un laberinto y toma algo de esfuerzo encontrarla: ‘Un laberinto se convierte en un verdadero laberinto sólo cuando uno pierde la orientación.’ Esta frase supone el esfuerzo de los visitantes de encontrar la salida, de no sucumbir a la confusión, de participar activamente en confrontar estos problemas.
La instalación es un laberinto que tiene salida. Pero quizás también podríamos pensar que un laberinto no es un laberinto verdadero si no tiene salida. Curiosamente la salida de la instalación supone encontrar un camino a través del cual uno puede evitar toparse con las siniestras oficinas de "la Vía Oficial." Esta es, supongo, una solución formal a la distribución espacial de la instalación, aunque también podría ser leída como el arte de atravesar por esta vida encontrando caminos alternativos a los oficiales. Esta es quizás la salida que la mayoría de los peruanos tomamos cotidianamente, la informal. Lamentablemente, en la vida real el camino fuera de la vía oficial implica, en la gran mayoría de las veces, también la corrupción. Pensemos en las coimas que tiene que pagar una esforzada contrabandista.
Y es que teóricamente la vía oficial está libre de corrupción, pero en la práctica, tal como lo subraya Bertschat, son sus agentes los que nos imponen la arbitrariedad y el abuso. La vía no oficial, que también estoy llamado la vía informal, supone siempre toparse con las instituciones del Estado, que está mucho mas presente de lo normalmente se asume cuando se habla de la ‘ausencia del Estado’. Esta vía informal, la de la criollada, la coima, la compadrería, es hermana siamesa de la vía oficial y en su florecimiento todos somos cómplices. Las salidas del laberinto que hemos ido construyendo se han hecho a través de las instituciones públicas, moldeándolas grotescamente con múltiples vías (in)formales, unas más corruptas que otras, unas menos poderosas y más frágiles, otras más abusivas y prepotentes. Pero después de todo, todos somos responsables de la extrema deformidad de este edificio.
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